Diseñar una casa no es solo levantar muros y encajar espacios. Es definir cómo se va a vivir en ella. Y ahí es donde el interiorismo cobra toda su importancia. Nos encanta hacer interiores porque es la parte en la que realmente una vivienda cobra vida. No se trata solo de estética, se trata de cómo fluye el espacio, de cómo cada decisión afecta a la experiencia de habitarlo.
Y aquí viene la gran cuestión: ¿quién debería encargarse del interiorismo en una obra nueva?
Podría parecer que la respuesta es obvia: un interiorista, por supuesto. Pero no. En una casa recién proyectada, es el estudio de arquitectura quien mejor puede definir los interiores. No porque los interioristas no sean excelentes profesionales, sino porque hay una diferencia crucial entre embellecer un espacio y diseñarlo desde su esencia.
El mayor riesgo de combinar dos enfoques distintos es que el resultado se convierta en un híbrido sin personalidad. Una casa con una arquitectura sólida, bien pensada, pero con un interiorismo que va en otra dirección.
Sucede cuando los materiales no dialogan, cuando las proporciones se fuerzan, cuando los elementos añadidos chocan con el concepto original. Y sucede más a menudo de lo que parece.
El cliente, que solo quiere que la casa sea perfecta, termina con una vivienda donde nada encaja del todo. Y la razón es simple: dos cabezas pensaron en dos direcciones distintas.
El interiorismo es una disciplina en sí misma, con una enorme complejidad y un sinfín de grandes profesionales. Axel Vervoordt, convertido en tendencia gracias a Zara Home, Peter Mikic, con quien hemos tenido el placer de trabajar en Ibiza, Sandra Tarruella, Pablo Paniagua, Óscar Engroba y Ala Zreigat. Algunos de ellos, además, arquitectos. Y no es casualidad.
La arquitectura es el único medio que permite entender el porqué del diseño. Un buen interiorista es capaz de transformar un espacio, darle calidez, carácter, funcionalidad. Pero si ese espacio ha sido concebido por un arquitecto con una visión clara y luego llega un interiorista ajeno al proceso, lo más probable es que el interior termine con una personalidad completamente distinta a la del proyecto.
Por eso, cuando se construye desde cero, lo lógico es que sea el propio arquitecto quien diseñe el interior. Porque ya conoce el lenguaje de la casa, ya ha tomado decisiones clave sobre los materiales, la distribución, los sistemas constructivos. Y no es cuestión de ego, es cuestión de coherencia.
Aquí es donde las cosas se complican. El interiorista que no es arquitecto, por muy bueno que sea, suele desconocer las implicaciones técnicas de sus decisiones. Para él, la prioridad es la estética, no la estructura. Y esto puede generar problemas en obra, retrasos y sobrecostes innecesarios.
Un ejemplo clásico: el interiorista decide cambiar los revestimientos, mover una pared, abrir un hueco más grande para una puerta… sin saber que esa decisión puede comprometer la estructura, la acústica o la eficiencia energética. Y entonces el arquitecto se encuentra con un nuevo frente de batalla: un problema que no ha generado, pero que debe resolver.
¿El cliente quiere pagar por estos cambios inesperados? Normalmente, no. ¿El arquitecto cobra por arreglar lo que otro ha complicado? Tampoco. Y así es como se generan tensiones en obra que podrían haberse evitado con un enfoque más racional.
Porque el interiorismo es una especialidad dentro de la arquitectura. Y hay ocasiones en las que su papel es absolutamente necesario. Un interiorista puede asumir un volumen de trabajo enorme que el arquitecto, simplemente, no quiere o no puede hacer. Y hay casas, hoteles, restaurantes y espacios comerciales donde el interiorismo es la clave del éxito.
Aquí es donde su visión comercial entra en juego. Mientras el arquitecto diseña para vivir, el interiorista muchas veces diseña para vender, para atraer, para impactar visualmente. En el sector hostelero, por ejemplo, un buen interiorista entiende el negocio, el flujo de clientes, la funcionalidad del espacio en términos de rentabilidad.
Eso no dice mucho de los arquitectos, ¿verdad? No exactamente.
Nosotros tratamos una vivienda como un refugio, un santuario personal. Y lo hacemos desde la primera línea en el plano hasta el último detalle en la ejecución. Porque una casa no es solo paredes y ventanas. Es la textura del suelo bajo los pies descalzos. Es el grifo de la cocina, el color de las ventanas, la puerta de entrada. Es el mueble que sostiene el televisor, la iluminación que transforma una estancia, el tacto del mármol en el baño.
Por eso, no tiene sentido que el diseño de una casa se detenga en la distribución. Si diseñamos la casa, ¿por qué no diseñar también los interiores?
Si el proyecto ha nacido de una visión global, lo más lógico es que esa visión se mantenga hasta el final. La solución no es prescindir del interiorista, sino garantizar que ambos trabajen juntos desde el principio y con una comunicación clara. No obstante, según las circunstancias, la mejor opción podría ser contratar el proyecto de interiorismo con el mismo arquitecto que ha diseñado la vivienda, exactamente como hacían los mejores: Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Mies Van der Rohe, Alvar Aalto... Porque de todas formas, un proyecto bien definido, ya especificaría inevitablemente muchos aspectos del interiorismo.
No hay arquitectura sin interiorismo ni interiorismo sin arquitectura. Son dos caras de la misma moneda y cuando se trabajan en conjunto desde el inicio, el resultado es inmejorable.
Y, por supuesto, no nos gusta que masacren nuestros diseños.
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Amayadori ©
Arquitectos y Estudio de arquitectura en A Coruña.