Decía Gaston Bachelard que «una casa es nuestro rincón del mundo». Pero no se refería a cualquier casa, ni a la típica construcción anodina con ventanas puestas al azar que tanto prolifera en las urbanizaciones actuales. Se refería a casas que son, en esencia, el escenario cotidiano de nuestras vidas, donde lo que importa no es mostrar, sino sentir.
La casa diseñada por nuestro estudio de arquitectura en Miño es exactamente eso: un espacio que se entiende desde dentro, desde la vida diaria y no desde una imagen filtrada en redes sociales. Situada en una urbanización con parcelas estrechas y futuros vecinos muy próximos, el reto era claro: privacidad sin aislamiento, amplitud sin derroche, intimidad con apertura.
A simple vista podría parecer una casa más, pero en cuanto uno la observa detenidamente entiende que aquí sucede algo distinto. No intenta imponerse sobre el entorno, sino acompañarlo. No hace ruido visual, no presume, sino que convive discretamente con la vegetación y con las vistas al bosque del río Xarío, que, además de ofrecer serenidad, sirve de barrera natural frente al ruido de la autopista.
En esta casa, el hormigón, a menudo acusado injustamente de frío y distante, aparece en su forma más honesta, desnudo y sincero, ganando con el tiempo una calidez inesperada. Decía el arquitecto Louis Kahn que "incluso un ladrillo quiere ser algo más", y lo mismo sucede aquí con este material; con el tiempo, se convierte en una piel que envejece dignamente, que no requiere maquillajes constantes para lucir bien.
La privacidad se resuelve con inteligencia, cerrándose hacia las parcelas vecinas, todavía vacías o recién habitadas, mientras que al frente se abre generosamente a las vistas. Pero no se trata solo de mirar el paisaje, sino de dejarlo entrar en la vida diaria. Porque cuando la arquitectura está bien pensada, el límite entre exterior e interior desaparece, y el hogar se expande más allá de sus muros.
El agua también juega aquí un papel fundamental. No es una presencia gratuita o un capricho decorativo. Más bien, como decía Luis Barragán, «un jardín debe combinar lo poético y lo misterioso con una sensación de serenidad y alegría». Y así, los espacios de agua en esta casa crean ese vínculo especial con el paisaje, aportan calma, reflejan la luz, multiplican visualmente los espacios y construyen momentos cotidianos memorables.
Es, en definitiva, una vivienda que no busca destacar por su lujo ni sorprender con exhibiciones arquitectónicas. Su valor reside en ser precisamente discreta, reflexiva y emocional. La sencillez es su virtud, y cada decisión constructiva responde a la pregunta esencial: ¿cómo se vive mejor?
Esta casa es una invitación sincera a habitar con calma, a entender la arquitectura, no como espectáculo visual, sino como un lugar que protege y acoge la vida. Es, en definitiva, una casa concebida para vivir, no para fotografiar.
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Arquitectos y Estudio de arquitectura en A Coruña.