Hay sistemas que nacen con la mejor de las intenciones y acaban convirtiéndose en un desastre cuando caen en las manos equivocadas. El SATE (Sistema de Aislamiento Térmico por el Exterior) es el ejemplo perfecto. En teoría, es uno de los sistemas de aislamiento más eficientes del mercado. En la práctica, lo que vemos en la mayoría de las construcciones es una mala copia low cost que degrada la arquitectura y se convierte en un problema estructural en menos de una década.
La diferencia entre un buen SATE y el pegote barato que cubre miles de fachadas en España está en los números. El primero cuesta en torno a 160€/m² y exige un sistema completo de una marca fiable, con materiales de calidad y una mano de obra especializada que sepa ejecutarlo sin errores. El segundo, el que está en todas partes, se oferta a poco más de 60€/m².
Pero aquí estamos, rodeados de edificios con fachadas que parecen bloques de poliestireno pintado. El SATE barato ha arrasado en el mercado español, no porque sea bueno, sino porque es barato. Y cuando el presupuesto es escaso, la calidad es la primera víctima.
No es casualidad que este sistema se haya convertido en el rey de las promociones baratas. España se ha empobrecido y las fachadas han sido la primera víctima de la tijera. Para la mayoría de clientes, pagar más de 100€/m² por una fachada es un lujo impensable, a pesar de que se trata de una de las inversiones más importantes en una vivienda.
Si no se quiere o no se puede pagar más, el SATE es la solución perfecta para las constructoras que buscan maximizar beneficios y los clientes que creen que han encontrado un chollo. Se vende como la opción eficiente, ecológica, moderna. Se les olvida mencionar que si se instala mal, hay que rehacerlo en pocos años.
Y no hace falta irse a promociones de bajo coste para ver desastres. El edificio de Jean Nouvel en Ibiza tuvo que rehacer su fachada por completo solo unos años después de su construcción. Ni el clima benigno de la isla fue suficiente para evitar el desastre. Ahora pensemos en Santiago de Compostela, una de las ciudades más lluviosas de Europa.
Si un sistema no resiste en Ibiza, ¿qué futuro le espera en Galicia?
Porque sí, el SATE bien hecho puede ser una gran solución en rehabilitación. En edificios antiguos, donde el aislamiento original es deficiente o inexistente, un buen sistema de SATE con instalación rigurosa puede mejorar radicalmente la eficiencia energética y el confort térmico.
Pero para eso hay que hacer las cosas bien. Materiales de calidad, instalación sin errores, mano de obra especializada y supervisión en obra. Algo que, en la práctica, rara vez ocurre.
El SATE es un sistema extremadamente delicado. Un fallo en la ejecución y la fachada empieza a despegarse, a filtrar humedad, a agrietarse. Y cuando eso ocurre, la única solución es rehacerlo por completo. Pero no cuentes con que la constructora se haga cargo. Incluso si está obligada a hacerlo, pondrá todas las trabas posibles para evitarlo.
Porque hay una versión buena del SATE que mejora su reputación, pero nadie quiere pagarla. Y porque sus defensores, entre los que hay arquitectos y aparejadores, insisten en que es el futuro de la eficiencia energética. También hay defensores de la tierra plana, así que eso no significa nada.
La realidad es que hay mejores opciones para una fachada, pero exigen mayor inversión. Fachadas ventiladas, aplacados cerámicos, revestimientos de madera tratada como el Yakisugi… Todas soluciones más duraderas, más fiables y, a largo plazo, más económicas porque no hay que rehacerlas en pocos años.
Pero claro, la fachada no es tan vistosa como una cocina con isla. Aquí llegamos al gran error: se invierte más en los interiores que en la estructura que protege la vivienda.
El SATE barato es un atajo. Un parche para la mala planificación presupuestaria de la obra. Y como todos los atajos en construcción, lo barato sale caro.
En menos de 10 años, la mayoría de estos edificios tendrán que rehacer sus fachadas. Algunos, en menos de cinco. Para entonces, la constructora ya no estará, el arquitecto ya no tendrá responsabilidad y el propietario se quedará con una reforma inesperada y cara. Y todo por haber ahorrado en lo que nunca se debe ahorrar.
Uno de los errores más graves del cliente es confiar más en el constructor que en el arquitecto. Es un clásico. “Esto lo construyo yo por 1300 €/m²”, dice la constructora. Y el cliente, que no sabe que está a punto de caer en una trampa, cree que está tomando una buena decisión financiera.
Pero la realidad es otra. A 1.300 €/m² no hay margen para una buena fachada, no hay margen para nada.
La mayoría de las personas viven su casa de dentro hacia afuera. Piensan en los acabados interiores, en la cocina de revista, en el vestidor soñado. Pero la fachada es el escudo, la barrera que protege a los moradores del frío, del calor, de la humedad. Es lo primero que se debería resolver, y si hay que recortar en algo, que sea en el interior, no en la piel del edificio.
Por eso existe el dicho de que no se empieza la casa por el tejado. Un vestidor bonito no es más importante que una fachada bien ejecutada y nunca lo será.
La más simple: evita el SATE. Y si no puedes evitarlo, paga por el sistema bueno. No compres la versión barata. No confíes en quien te dice que es lo mismo.
O mejor aún, elige sistemas más duraderos y fiables:
Cuando dudes en qué es lo importante en una casa, retrocede en el tiempo. Cuando la vivienda no era un lujo, sino un bien de primera necesidad, la prioridad era protegerse del exterior. Primero, la estructura y la fachada. Luego, el aislamiento térmico. El interior viene después.
La historia es clara: quien invierte bien en la piel de su casa, no tiene que pagar por ella dos veces. Pero para eso hay que tomar decisiones inteligentes desde el principio. Como decía Frank Lloyd Wright, “Un médico puede enterrar sus errores, pero un arquitecto solo puede aconsejar a su cliente que plante enredaderas”.
Y si te dicen que puedes construir una casa por 1500 €/m², recuerda: el diablo sabe más por viejo que por diablo, y el constructor fue su maestro.
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